Siempre ha habido malestar en la
sociedad, por supuesto, porque siempre existe una
diferencia profunda entre nuestras expectativas y
nuestros logros. Pero el de hoy es un malestar
generalizado, que va desde las primaveras árabes a los
indignados de Hong Kong, desde los chalecos amarillos
franceses a las revueltas antirracistas en todo
Occidente.
Claro que ha habido momentos de mayor confrontación:
hasta dos guerras mundiales en menos de treinta años.
Pero la de antes era una confrontación contra un enemigo
exterior, visible, ajeno a nuestra cotidianidad,
producto de un nacionalismo excluyente de lo foráneo y
aglutinador de lo propio.
El enemigo era eso, lo otro, el comunismo o el
capitalismo, según la trinchera de la guerra fría en la
que tu país se situaba. Pero ahora el objeto del
malestar no es exterior, identificable por símbolos de
ajenidad, sino que está en nuestra propia sociedad, son
nuestros mismos vecinos que no piensan como nosotros.
En el mundo global, en el que los nacionalismos se han
debilitado en general hasta no ser ya motivo perentorio
de belicosidad, los individuos molestos con su realidad
actual perciben que tienen el enemigo en casa y no se
sienten representados por sus instituciones. Unos, los
ilustrados de la modernidad tecnológica, se consideran
presos de convenciones retrógradas que querrían destruir
de inmediato. Otros, los marginados por la innovación y
los cambios, se sienten excluidos de las decisiones
políticas, del bienestar sobrevenido y hasta de puestos
de trabajo que desparecen. Y el culpable de todo eso,
para unos y para otros, es el otro grupo de ciudadanos.
Así se explica la radicalidad política en muchos países
desarrollados, desde Estados Unidos a España y desde
Francia a Brasil, donde la discusión política transcurre
más por el dicterio y la agresividad que por la
argumentación y el diálogo.
Y para acabar de enredarlo todo tenemos a Internet, que
fomenta lo peor de esta animosidad global, desde la
tergiversación de los hechos hasta las más rotundas
falsedades. Y mientras todo esto sucede a nuestro
alrededor, los políticos, en vez de poner freno a los
desmanes que se avecinan, sólo parecen interesados en
echar más leña al fuego. Así nos va.
ENRIQUE ARIAS VEGA
Diplomado en la Universidad de Stanford, lleva
escribiendo más de cincuenta años. Sus artículos han
aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en
la revista italiana Terzo Mondo y en el periódico
Noticias del Mundo de Nueva York.
Entre otros cargos, ha sido director de El Periódico de
Catalunya, de Barcelona, El Adelanto de Salamanca, y la
edición de ABC en la Comunidad Valenciana, así como
director general de publicaciones del Grupo Zeta y
asesor de varias empresas de comunicación.
En los últimos años, ha alternado sus colaboraciones en
prensa, radio y televisión con la literatura, habiendo
obtenido varios premios en ambas labores, entre ellos el
nacional de periodismo gastronómico Álvaro Cunqueiro
(2004), el de Novela Corta Ategua (2005), el de
periodismo social de la Comunidad Valenciana, Convivir
(2006) y el de Compostela Monumental (2011).
Sus últimos libros publicados han sido una compilación
de artículos de prensa, como España y otras
impertinencias (2009) y otra de relatos cortos, Nada es
lo que parece (2008). Es autor, también, entre otras
obras, de la novela El Ejecutivo (2006), de la que ya
van publicadas tres ediciones, de Ir contra corriente
(2007), Valencia, entre el cielo y el infierno (2008) y
una antología de semblanzas bajo el título de Personajes
de toda la vida (2007). |
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