• En el contexto de la pandemia global
causada por el coronavirus es necesario entender el
vínculo existente entre la pérdida de biodiversidad y el
aumento de enfermedades infecciosas peligrosas para la
especie humana.
• Un ecosistema sano supone una barrera natural de
control de plagas y patógenos y la destrucción de los
mismos para la explotación de recursos naturales nos
expone a peligros inciertos.
• Ecologistas en Acción hace un llamamiento a la
sociedad y al Gobierno de España para tomar medidas que
detengan la actual emergencia ecológica y se restablezca
el equilibrio entre naturaleza y civilización.
El coronavirus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad
COVID-19, se ha extendido por la práctica totalidad del
planeta. La contagiosidad y letalidad de este virus,
mayores que las de la gripe estacional, están
requiriendo la paralización casi completa de la
actividad económica y del funcionamiento habitual de la
sociedad en muchos países, de los que España es uno de
los máximos exponentes.
La comunidad científica lleva años alertando del riesgo
de la aparición de una enfermedad de estas
características, cuya amenaza pone en jaque la
estabilidad social global. La OMS incluyó en 2018 en la
lista de patógenos infecciosos más peligrosos para la
salud global la denominada “enfermedad X”, que
representa una enfermedad aún desconocida con la
capacidad de causar una infección global descontrolada.
La inclusión de este concepto buscaba anticipar eventos
de la magnitud de esta crisis al que la humanidad se
enfrenta actualmente y para la que, a la vista de las
circunstancias, no estaba preparada.
Ecologistas en Acción considera que, ahora más que
nunca, la sociedad debe seguir las directrices marcadas
por la investigación científica, que apunta a una mala
gestión de los recursos naturales y al ataque abusivo al
que los poderes económicos someten a la naturaleza como
causantes de tantos problemas que amenazan la
supervivencia de multitud de especies, incluyendo la
humana.
El origen del coronavirus SARS-CoV-2 es aún desconocido
para la ciencia, aunque no hay duda de que la enfermedad
se inició tras el contagio de un ser humano a partir de
una especie animal. A las enfermedades causadas por
virus, bacterias, parásitos u hongos provenientes de
animales que infectan a humanos se las denomina
“enfermedades zoonóticas”. El 60 % de las enfermedades
infecciosas humanas registradas son zoonóticas, y el 75
% de las enfermedades infecciosas nuevas o emergentes
también tienen origen animal.
Para que una enfermedad infecciosa se transmita se
requiere la interacción de múltiples especies. Como
mínimo intervienen el patógeno y su huésped, pero a
menudo son varias las especies de huéspedes que pueden
albergar ese patógeno y en numerosas ocasiones se
requiere una especie intermedia, como mosquitos,
garrapatas o pulgas, a la que se denomina vector, que es
la que trasmite la enfermedad infecciosa hasta su
huésped final. Las enfermedades transmitidas por
vectores representan el aproximadamente el 17 % de las
enfermedades infecciosas y afectan a más de 1.000
millones de personas cada año. Numerosos científicos y
científicas coinciden en que la pérdida de biodiversidad
implica en la mayoría de los casos un aumento en el
riesgo de transmisión de estas enfermedades. La
desaparición de especies dentro de un ecosistema altera
el funcionamiento de dicho ecosistema, influyendo en la
transmisión de patógenos. Las especies que tienden a
sobrevivir en estos casos suelen tener mayor
predisposición a albergar y transmitir enfermedades
infecciosas. Una mayor diversidad de especies implica un
efecto de dilución, ya sea por el aumento de número de
especies en la cadena de contagio o por el efecto
cortafuegos natural que provoca una alta diversidad
genética, entre otros factores.
La especie huésped original del COVID-19 no ha sido
identificada aún, y aunque los análisis apuntan al
murciélago Rhinolophus o al pangolín como orígenes
probables de la cadena, los resultados no son
concluyentes. Sin embargo, señalar a la especie animal
como causante o responsable de la pandemia es un error,
como lo es culpar al propio virus. Los virus ocupan
desde hace millones de años un eslabón esencial en los
procesos ecológicos, regulando las poblaciones de
especies y colaborando en el mantenimiento del
equilibrio natural de los ecosistemas. Las especies que
hospedan estos virus han evolucionado conjuntamente con
dichos virus, en un equilibrio que permite la
supervivencia de las especies. Sin embargo, cuando el
correcto funcionamiento de un ecosistema queda impedido
por causas ajenas a la naturaleza, el equilibrio se
rompe y aumentan las posibilidades de que virus
potencialmente patógenos crucen la barrera de especie y
puedan infectar a otras especies de animales incluyendo
el ser humano. Es la acción humana la que está detrás de
la mayoría de esas perturbaciones.
En 1999, en Malasia, un brote de la enfermedad de Nipah
con una letalidad del 40 %, causó estragos en la
población local. El origen del virus estaba en el
Pteropus vampyrus o gran zorro volador, una especie de
murciélago frugívoro. El virus probablemente contagió en
primer lugar a cerdos criados como ganado, y de ahí se
propagó al ser humano. Estos murciélagos, prácticamente
inmunes a este virus, han sido desplazados de sus
entornos naturales debido a la deforestación y los
numerosos incendios, conduciéndolos cada vez más cerca
de asentamientos urbanos y estableciendo contacto con
poblaciones humanas. Cuando las personas entran en
contacto con especies con las que no ha evolucionado
para convivir, y la ocupación del suelo por parte de la
civilización se adentra cada vez más en entornos
salvajes, mayor es el riesgo de aparición de una
pandemia.
La investigación de la relación entre biodiversidad y la
aparición de enfermedades infecciosas recibe el nombre
de “ecología de la enfermedad”. Organizaciones como
EcoHealth Alliance o PREDICT llevan trabajando años en
mejorar el conocimiento sobre estos patógenos. Solo se
conoce un 1 % de los virus que habitan en animales
silvestres, y se estima que podría haber 1,7 millones de
virus desconocidos que podrían dar el salto a la especie
humana. Sin embargo, la falta de recursos económicos y
la poca atención que recibe la comunidad científica
impiden que se hagan mayores avances en esta dirección.
Ecologistas en Acción reclama mayor inversión en materia
de investigación y sanidad para atajar el problema con
la contundencia que merece.
La organización ecologista defiende como vía para evitar
futuras crisis de esta índole la restauración de los
territorios degradados por la acción humana, la
protección de las tierras salvajes y la biodiversidad,
el abandono de las prácticas de explotación abusiva del
medio natural y un cambio de paradigma hacia una
economía que respete la naturaleza. El mantenimiento de
los servicios ecosistémicos que suponen beneficios
esenciales para la salud humana es la mejor garantía de
supervivencia. |
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