• La mayoría de quienes acuden a los
centros y servicios de Cáritas son mujeres en situación
de pobreza y exclusión social.
Cáritas Diocesana de Valencia acompaña, cada año, a más
del doble (72 por ciento en 2017) de mujeres que de
hombres. De hecho, más de 5000 mujeres a través de
proyectos de formación, inserción social y laboral
dirigidos a ellas y a familias en riesgo de exclusión
social, así como a mujeres en contexto de prostitución y
trata, entre otros.
Según datos de la última memoria de Cáritas Diocesana de
Valencia correspondientes a 2017, un total de 417
personas fueron atendidas en los proyectos de Familia e
Infancia de las Cáritas parroquiales, de las que el 75
por ciento eran mujeres. Igualmente, otras 140 mujeres
recibieron ayuda en el programa de acompañamiento a
personas en contexto de prostitución y trata.
Igualmente, en el programa de empleo, también el 75 por
ciento de las personas acompañadas fueron mujeres.
Si se hubiera acabado con la desigualdad entre hombres y
mujeres, Cáritas no estaría denunciando hoy, en el Día
Internacional de la Mujer, la mayor incidencia de la
pobreza en las mujeres: no solo es mayor el número de
mujeres pobres, sino que, además, la pobreza tiene un
impacto mayor en ellas que en los hombres.
Es una realidad que ocurre en todo el planeta. Según se
señala en el último informe de ONU Mujeres “Transformar
las promesas en acción: la igualdad de género en la
Agenda 2030” publicado en 2018, si bien a nivel global
ha habido avances en educación y mortalidad maternal, en
materia laboral la situación se ha quedado estancada.
Asimismo, las mujeres sufren más que los hombres la
inseguridad alimentaria, incluso en los países
industrializados, ganan menos que los hombres, dedican
más tiempo que ellos a los cuidados domésticos, son más
vulnerables a la pobreza extrema y tienen menos
posibilidades de acceder al mercado laboral.
POBREZA Y GÉNERO
De todos los factores que pueden incidir en el hecho de
que una persona sea pobre, ninguno es tan determinante
como el género. Son múltiples los factores que confluyen
para mantener esta realidad:
- en el mundo laboral, los puestos de trabajo
tradicionalmente asignados a las mujeres están peor
valorados y remunerados, mientras que, al mismo tiempo,
las mujeres tienen menores ingresos en el desarrollo del
mismo puesto de trabajo que los hombres. Además, les
resulta difícil el desarrollo de su potencial
profesional dada la imposibilidad de promoción y acceso
a puestos relevantes (es el denominado techo de
cristal). El Foro Económico Mundial alerta de que, si se
mantiene el ritmo actual en los esfuerzos por eliminar
esta brecha al ritmo actual, tardaríamos hasta el año
2186 para lograrlo;
- los estereotipos sociales y el sistema educativo, que
todavía no ha evitado superar las diferencias de género,
suponen un freno a la hora de estudiar determinadas
carreras o acceder a ciertos puestos mejor valorados y
remunerados;
- las mujeres siguen ocupándose mayoritariamente de los
cuidados en el ámbito familiar, lo que genera dobles
jornadas de trabajo e itinerarios profesionales
interrumpidos y reducidos, con consecuencias inevitables
en las prestaciones sociales por desempleo o jubilación;
- las intolerables violencias machistas que sufren las
mujeres, solo por el hecho de serlo y que son de
naturaleza diversa y de diferentes intensidades, pero
muy presentes en nuestra sociedad. Las consecuencias de
esta lacra para las mujeres se sitúan tanto a nivel
psicológico o físico como social, e influyen en su
situación de pobreza, porque ubican a las mujeres en
situaciones de mayor vulnerabilidad y exclusión social.
Todas estas desigualdades aumentan si nos adentramos en
el caso de las mujeres rurales, y más aún si son
indígenas de los países del Sur. Como también ha
alertado ONU Mujeres, las mujeres campesinas sufren de
manera desproporcionada los múltiples efectos de la
pobreza. A pesar de ser las que garantizan la seguridad
alimentaria en sus comunidades, no disponen de un acceso
equitativo a los recursos, a los créditos o a los
servicios públicos, entre otros. Asimismo, las barreras
estructurales dificultan la participación de las mujeres
en los espacios políticos y en sus propios hogares.
Por su parte, en las últimas décadas se ha producido una
feminización de los flujos migratorios, que ha abocado a
las mujeres a una doble discriminación, como mujeres y
como migrantes. En su proyecto migratorio, las mujeres
están expuestas a graves situaciones como la explotación
sexual, la violencia o la trata de seres humanos.
LA EXPERIENCIA DE CÁRITAS
Somos testigos, por nuestro trabajo diario, de que la
desigualdad no ha desaparecido. A los recursos, centros
y servicios de Cáritas acuden, mayoritariamente, mujeres
en situación de pobreza y exclusión social. En los
proyectos para Personas sin Hogar, por ejemplo,
detectamos en los últimos años un aumento significativo
de mujeres, que nos preocupa al tratarse de entornos con
elevado nivel de riesgo para ellas.
Sin un análisis serio sobre las causas de la pobreza
femenina, es imposible erradicarla. Falta, en muchas
ocasiones, una perspectiva de género donde se investigue
cómo la pobreza incide de manera distinta en los hombres
y en las mujeres, y que mida el impacto que tienen tanto
la pobreza como las políticas y programas para poder
combatirla. Y un factor clave es el hecho de que sigue
siendo insuficiente la cantidad de mujeres en cargos de
responsabilidad y en espacios de decisión que diseñen,
aprueben e implementen políticas orientadas desde esta
perspectiva.
Cáritas trabaja de manera activa para establecer un
nuevo marco de relaciones entre hombres y mujeres,
basado en una educación en la que los valores de
igualdad, solidaridad y defensa de los derechos humanos
tengan el protagonismo necesario.
COMPROMISO DE TODAS LAS PERSONAS
Hacemos un llamamiento a los poderes públicos, al
conjunto de la sociedad y a la comunidad cristiana para
involucrarse conjuntamente en el desarrollo de una
sociedad basada en la igualdad real entre hombres y
mujeres. Sin nuestro compromiso en la erradicación de la
desigualdad entre hombres y mujeres, estaremos
contribuyendo a que se perpetúe el hecho de que las
mujeres sigan siendo más pobres.
Reclamamos valentía y justicia para actuar firmemente
contra cualquier forma de violencia machista, que ponga
los derechos de las mujeres en el centro de las
políticas, no únicamente por imperativo moral y obligado
cumplimiento de los derechos humanos, sino como
condición indispensable para el desarrollo sostenible de
los pueblos.
Como insta el papa Francisco, “ante el flagelo del abuso
físico y psicológico causado a las mujeres, es urgente
volver a encontrar formas de relaciones justas y
equilibradas, basadas en el respeto y el reconocimiento
mutuos, en las que cada uno pueda expresar su identidad
de manera auténtica” (Discurso de Año Nuevo al cuerpo
diplomático acreditado ante la Santa Sede, 7 de enero de
2019). |
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